“Respirando” a 7.000 vueltas (BMW M3)
Estirar el motor hasta 7.000 rpm es algo ya normal en los deportivos actuales, pero semejante régimen era toda una explosión de sensaciones en un coche de serie a mediados de los años 80. El BMW M3 era toda una declaración de intenciones, un coche de calle que había sido desarrollado pensando en la competición. El habitáculo nos recibe con un puesto de conducción excelente, gracias a numerosos reglajes que nos permiten encontrar una posición idónea. El asiento tipo bacquet sujeta el cuerpo con eficacia (incluso mejor que los asientos de los M3 actuales), los pedales permiten realizar el punta-tacón con facilidad, todos los mandos quedan a mano y el volante con los colores de “Motorsport” nos invita a disfrutar de la conducción.
Su cambio “Sport” engrana la primera marcha hacia atrás (herencia de la competición), lo cual permite que juguemos con el resto de las marchas en una “H” cerrada que admite un cambio realmente rápido y preciso. Menos mal, porque la discreta respuesta del motor a bajo régimen nos obliga a jugar a menudo con el cambio para obtener su quintaesencia, muy bien escalonado en las tres primeras marchas, pero con un salto mejorable cuando pasamos de 3ª a 4ª marcha.
El sonido de su motor 2.3 16V parece poco filtrado en el interior y para sacarle el máximo partido obliga a explorar la zona alta del cuentavueltas. En unos años en los cuales la adopción de culatas de cuatro válvulas por cilindro era ya todo un avance en los coches de serie, los motores respiraban a pleno pulmón a elevado régimen, pero a bajas vueltas les faltaba la respuesta que hoy en día ofrecen los coches gracias a las distribuciones variables (el M3 E36 de segunda generación introdujo ya la distribución VANOS por primera vez). Así pues, el motor de este M3 entrega lo mejor que tiene a partir de 4.500 rpm, estirando pleno de energía hasta alcanzar la zona roja del cuentavueltas, a 7.000 rpm. De esta forma, las prestaciones resultan satisfactorias, aunque tampoco brillan al lado de sus dos rivales turboalimentados.
Donde sí destaca el M3 es en su comportamiento y eficacia en todo tipo de carreteras, pareciendo un coche muy predecible de conducir y progresivo en sus reacciones. Levemente subvirador en líneas generales, el M3 admite aprovechar la transferencia de pesos para “jugar” a nuestro antojo con el deslizamiento de la zaga. Una vez “descolgado”, el empuje de sus 200 “potros” y el eficaz autoblocante trasero tarado al 25 por ciento nos permiten realizar unas cruzadas de libro… pura diversión al volante.
Nuestro M3 de pruebas llevaba, además, una exclusiva amortiguación de dureza variable que la marca ofrecía en opción pero que nunca había visto en otras unidades. Mediante un mando situado en la consola central podemos seleccionar uno de sus tres reglajes (Confort, Normal y Sport), apreciando de forma evidente la diferencia de flexibilidad. Con semejante despliegue y un peso tan ajustado, el BMW M3 admite una conducción muy ágil y sus frenos se encuentran también a la altura del bastidor, aportando un poderoso mordiente. Tan solo se echa en falta una mayor rapidez de giro y las 3,6 vueltas de su dirección asistida desentonan en el conjunto, si bien el guiado sigue pareciendo preciso.