1987. Afilando el arma
La “entente” Lotus-Renault no terminaba de funcionar y, a cambio de admitir como segundo piloto a Satoru Nakajima, un “veterano” con 34 años, la marca nipona Honda se comprometía a suministrar a Lotus los mismos motores con los que Williams había conquistado la campaña anterior el Campeonato del Mundo de Constructores.
Senna (Lotus-Honda) comenzó la temporada 87 rompiendo su flamante motor Honda en el G.P. de Brasil. En San Marino subió al podio y, en Spa-Francorchamps, era Nigel Mansell (Williams-Honda) el que se “subía por las paredes” blandiendo su puño en dirección a Senna, por un incidente en la salida que llevó a ambos a retirarse: Senna en la primera vuelta y, “el León”, en la 17.
Después llegaron dos triunfos seguidos de Ayrton en Mónaco y en Detroit, repitiendo el éxito del año anterior. En estos dos Grandes Premios, Nelson Piquet (Williams-Honda) empezó a labrarse con dos segundos puestos el que sería su tercer y último entorchado mundial, trabajo de “hormiga” para vencer a un “león”.
Los motores Honda funcionaban a la perfección, pero en los Williams rendían más y, por ello, a medida que avanzaba la temporada, el dominio del dúo Mansell-Piquet llegó a mostrarse abrumador. En el Gran Premio de Gran Bretaña llegaron, incluso, a doblar a los Lotus-Honda de Senna y Nakajima.
Los Williams-Honda encadenaron 9 triunfos en la temporada y, a pesar de que la parte del león se la estaba llevando aparentemente el titular del apelativo, el “León” Mansell acabó segundo en el campeonato con seis victorias, varios desparrames y 61 puntos. Mientras, el “Gitano” Piquet, con suma habilidad, siete segundos puestos y solamente tres victorias en la meta, contabilizó 73 puntos y completó su trío de coronas, superando el doblete de su compatriota Emerson Fittipaldi en la década anterior.
Senna, con 57 puntos, quedó tercero, por delante de un apagado Prost (McLaren-TAG) que sumó únicamente 46 puntos con tres victorias. Cabe destacar que Gerhard Berger había conseguido para Ferrari dos triunfos consecutivos a final de temporada y el español Adrián Campos, con más pena que gloria, se enfrentaba a un imposible con un Minardi-Motori Moderni pagado a precio de oro para lo que entregaba a cambio.