Al volante, un mundo de sensaciones
Tras semejante despliegue de características ha llegado el momento de probar el LFA. El trazado de Gran Premio de Nürburgring es nuestra pista de pruebas y la adrenalina inunda todo nuestro cuerpo. Pulso el botón de arranque situado en el volante y el sonido del motor V10 desborda los sentidos cuando ruge por sus tres salidas de escape. Unos cuantos acelerones en vacío me dejan claro que la fricción interna es mínima y el motor sube de vueltas con verdadera facilidad buscando la zona roja. Su aullido es fino, poderoso, desafiante, imponente… hasta el sonido ha sido expresamente estudiado para embriagar, tanto dentro como fuera del coche, recordándonos mucho a la tonalidad que emite un Fórmula 1 cuando lo llevamos hasta su máximo régimen.
Selecciono el programa de manejo “Sport” (hay otros tres modos más, Normal, Auto y Mojado) y el reglaje de cambio más rápido (tiene siete programas). Con la leva derecha que hay situada en la columna de la dirección engrano la primera velocidad y, con la máxima suavidad, el LFA se pone en marcha. Ruedo lentamente por el pit-lane y… ¡¡entrando en pista!!
Como conozco suficientemente bien el trazado de Gran Premio del circuito de Nürburgring no me ando con contemplaciones. Hundo el acelerador a fondo y el V10 comienza a rugir como una bestia. Sube hasta 9.000 vueltas con una rapidez extraordinaria y un indicador en la instrumentación parpadea para marcarnos que llegamos al máximo régimen. En un abrir y cerrar de ojos, nos pide ya la siguiente marcha. Con las levas situadas en la columna de dirección seleccionamos las marchas con facilidad y la caja secuencial engrana los cambios con la rapidez requerida en un súper deportivo como el LFA.
En solo un centenar de metros, el LFA es capaz de desarrollar una velocidad impresionante así que ataco el pedal de freno con decisión, al mismo tiempo que comienzo a reducir. “Wamm”, “wamm”, “wamm”, el cambio pilotado baja tres marchas en un suspiro, dando automáticamente un golpe de gas para hacer la reducción más rápida y suave, mientras que las pinzas monobloque “muerden” poderosamente los discos carbono cerámicos. El LFA tiene un peculiar sistema de frenos de control electrónico (ECB) que utiliza una bomba eléctrica para generar la presión hidráulica, ofreciendo un tacto durito que permite dosificar la frenada con una precisión soberbia. Conforme aplicamos presión, apreciamos como el mordiente nos desborda con su potencia, para detener el LFA con la eficacia de un coche de carreras.
La suspensión es dura y los movimientos de la carrocería están perfectamente amortiguados y equilibrados. El morro se inscribe con una precisión exquisita en los giros más cerrados, pero el LFA impresiona todavía más en las curvas rápidas, esas que abordamos por encima de 200 km/h con el acelerador a fondo. El secreto de tal eficacia lo encontramos en el eficiente apoyo aerodinámico que generan el faldón delantero, el estudiado fondo plano, los deflectores de los bajos de carrocería, el difusor de aire que lleva en la parte posterior y el alerón trasero activo (se levanta automáticamente al superar 80 km/h). Tras numerosas horas de trabajo en el túnel de viento, los ingenieros de Lexus han conseguido que el LFA sea capaz de alcanzar aceleraciones laterales de hasta 1,6 g, muy por encima de los 1,1 g que aguantan coches ya excepcionales como un Audi R8. Y todo ello con neumáticos de calle, aunque Bridgestone ha desarrollado unas gomas específicas para este coche que ofrecen un agarre magnífico (265/35 R20 delante y 305/30 R20 detrás). En Lexus han conseguido que el LFA sea uno de los coches de calle más rápidos del mundo en el paso por curva.
Aunque las ayudas electrónicas parecen bien puestas a punto, incluso para rodar en circuito, aquellos que quieran experimentar las máximas sensaciones deportivas pueden también desactivar los controles de tracción y estabilidad. Sin ayudas, el LFA sigue mostrando una capacidad de tracción excelente, aunque los 560 CV acabarán “adelantándonos” si no sabemos dosificar bien la patada de semejante caballería. El trabajo sobre el acelerador se vuelve pues más exigente y también más excitante.
Y todo esto, perfectamente recogidos por unos asientos de tipo bacquet de excelente sujeción lateral y envueltos en un “cockpit” revestido en cuero, aluminio y fibra de carbono, más “de carreras” imposible. El puesto de conducción es fantástico y la instrumentación nos ofrece una información abundante sobre los parámetros mecánicos del LFA. Podemos, incluso, visualizar una tabla de tiempos por vuelta si rodamos en circuito. El ajuste de todos los elementos es exquisito y el nivel de equipamiento abundante.
Probar un coche como el Lexus LFA ha sido todo un regalo, un éxtasis terrenal al alcance de tan solo 500 afortunados propietarios que podrán adquirir este súper deportivo a un precio no menos exclusivo. El LFA es todo un elogio a la tecnología, un desafío a las leyes físicas, el mejor culto a la eficacia… y, conducir un coche tan sofisticado, tiene un precio.