Autopista a la eternidad
La mañana había ido avanzando y, cerca ya del mediodía, la calma atmosférica en que Rudolf Caracciola había conseguido batir el nuevo récord de velocidad (que había pertenecido hasta ese momento a Bernd Rosemeyer) se había convertido en una brisa racheada, que mueve vertiginosos los cacillos del anemómetro.
Los 16 cilindros del Auto-Unión Type C restallan, perforando los tímpanos de la mañana, mientras Rosemeyer acelera a fondo dentro de la carlinga y le ven alejarse a la reconquista de la marca perdida los miembros del equipo y oficiales del ejército alemán que, además de prestar cobertura logística con su tropa, no desean perderse el desafío.
Tras un recorrido de prueba, en el que no consigue superar la marca de Caracciola (se queda en 430 km/h), Rosemeyer se muestra dispuesto a un nuevo intento, pues la máquina responde. Se afirma que llegó a superar una velocidad punta de 440 km/h, con la que habría vuelto a recuperar ese récord que pertenecía a sus rivales desde hacía solo unas horas.
Rebasado el puente del cruce “Langen-Morfelden” sobre la moderna autopista, se aproxima en tiempo de récord a un ancho cortafuegos realizado en el bosque que bordea la misma. Su carenado recibe entonces el embate lateral de una ráfaga de viento encajonado por la brecha en la masa forestal (con una intensidad de 8 a 15 m/s) que le desvía del firme, hasta invadir la separación central, dejando la marca de sus neumáticos sobre la franja de tierra de la misma.
Rosemeyer intenta recuperar la trayectoria, pero el carenado le impide realizar esa maniobra a contra volante que dominaba como nadie, recurso que probablemente le habría sacado del desastre. Entonces, el Auto Union vuelca, golpea después un mojón de piedra situado en el lateral de la autopista y siega a continuación el tronco de dos árboles, mientras recorre varios cientos de metros desintegrándose con los sucesivos impactos.
En el trágico recorrido hasta pararse, el cuerpo de Bernd Rosemeyer sale despedido de su carlinga y queda apoyado en una extraña postura. El tronco, casi erguido sobre el terreno, parece descansar sentado y su rostro refleja un gesto atónito, como intentando comprender lo sucedido, que permite a los que acuden en su auxilio concebir la esperanza de hallarle con vida. Pero, al llegar junto a él, comprueban desolados que el hombre, el “semi dios”, ya no existe. Bernd Rosemeyer fallecía el 28 de enero de 1938 intentando ser el hombre más rápido del mundo.