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A Montecarlo con Seis Peniques y los «Taxis». Parte 1

Un relato de El Abuelete del M3 - 16 enero 2013

Camino de Montecarlo, con parada, fonda y cine en Perpignan

En aquellos años, entre copas y cafés “irlandeses”, el “Pub Seis Peniques” de Madrid era cita obligada de reunión en el mundillo de las carreras, no solo de la zona centro de nuestro país, sino que también era muy habitual encontrarse allí con los pilotos de cualquier campeonato, al ser el Circuito del Jarama, junto a Calafat y con la excepción de Alcañiz, el único escenario donde se disputaban las carreras en circuito (desaparecido ya el mítico Montjuic).

Alguna “culpa” tuve en todo aquello y mi afición me llevó a desear conocer lo que era un rally “de verdad”, cuando ya habíamos tomado la decisión de patrocinar el siguiente Rally Luis de Baviera (1976), salvándole de la extinción.

Cuando emprendí el viaje comenzaba la edición del 76, apenas habían pasado dos meses desde la muerte del “Generalísimo” y causaba una profunda impresión leer, todavía, las muestras de “cariño”, pintadas con grandes caracteres en muchas paredes de esa parte del Sureste de Francia por la que se llegaba a Montecarlo.

Lo hice acompañado de mi mujer, a bordo de un SEAT DDAUTO 1800 que acababa de estrenar, equipado para la ocasión con un juego de ruedas de tacos sin clavetear y otro montando clavos para el hielo, prestados por mi amigo Carlos Trabado (entonces tercer piloto de SEAT), pues mi primera intención (iluso) era seguir el rally hasta donde este llegara en la Francia profunda.

Fue abandonar Madrid y mi DDAUTO ya empezó a quejarse del calzado que le habíamos puesto, nada más llegar a los primeros tramos de autopista, a la salida de Zaragoza. Mientras la carretera fuera mala (como era la N-II entonces) no había problema, pero en cuanto llegábamos a “lo liso”, los tacos “entraban en fase” (eso me dijeron después) y a partir de ese momento, aquello vibraba como un helicóptero “Chinook” que conocí años después. Vamos, que  allí se movían hasta los empastes.

Hicimos noche en Perpiñán, capital del cine prohibido (tirando a  porno) para los españolitos de entonces y allí vimos nada menos que tres películas. Uno que no había salido mucho al extranjero, se quedaba extrañado de lo corteses que eran los gabachos al dejar, para mí solito, una larga acera bordeada de frondosos árboles, justo frente al cine que elegimos, cerquita del hotel y sin una sola señal de PROHIBIDO. Así que, muy agradecido, aparqué cómodamente mi precioso DDAUTO color verde oliva con franja negra en los laterales.

La noche en el hotel resultó muy agradable, algo aprendimos de francés en nuestra experiencia cinéfila, así que, después de un buen desayuno, salimos a la calle y, donde yo había dejado mi DDAUTO verde, ahora había otro coche del mismo modelo y matrícula, ¡¡color “blanco cagarruta de estornino pirenaico”!!

¡¡Vaya bromita!! Entre quitar los millones de palominos y que tuvimos que llevar el coche a un taller FIAT, pues con el “baile San Vito” de las ruedas de tacos se le habían desprendido las cubetas del carburador “doble cuerpo”, cuando llegamos a Montecarlo, a medianoche, la habitación que nos había reservado el equipo SEAT en su hotel, ya se la habían dado a otro y tuve que buscar alojamiento, que encontré en el  recién inaugurado Hotel Mirabeau, a un precio para no volver a repetir.