¡Comienza el espectáculo!
El paso de los participantes ha dado comienzo. Salvo excepciones, los coches de antes eran mucho más ruidosos, se cruzaban más en las curvas y la “peña” rugía un poco más. Echo en falta un potente foco halógeno que traje de un viaje a Japón, capaz de iluminar el número de los participantes a mucha distancia. Ahora nos tenemos que conformar con suponer que el coche que pasa es el que indica la pantalla del “IPhone”.
El bocata doble entra de lleno entre pasada y pasada, con el mismo sabor a gloria de los grandes momentos de antaño, y el “coche 0” vuelve a aparecer sin demora. Percibo que ahora los tramos y los horarios están más apretados, la logística de seguridad y control es más rígida y las posibilidades de ver varios tramos distintos de cada etapa están muy restringidas.
Terminan las pasadas nocturnas de la primera etapa y, de regreso a casa, observo que muchos han tomado la decisión de hacer noche en el monte. Son muchos los coches que toman el camino para vivaquear en los tramos de Canencia y La Morcuera (los dos primeros de la segunda etapa). Imagino una noche estrellada, rumores de alegres conversaciones, ninguna hoguera visible y algunas invisibles, avivadas por la proximidad de las parejas viviendo sus historias de pasión. Nada que no ocurriera también hace mucho tiempo.
Tras unas cortas horas de sueño, nuevo madrugón para no perderse la primera pasada de la segunda etapa y gente amiga esperándose en las gasolineras mientras compran embutidos plastificados, bebidas y bollería. Nada parecido al sabor “casero” de los bocatas de ayer.
Camino de la prueba hay que elegir entre Canencia y Morcuera (dos puertos que están muy próximos) y acertamos al decidirnos por este último. Un accidente en la primera pasada obliga a la organización a neutralizar el paso por Canencia de los últimos participantes, mientras que la segunda pasada es suspendida por aglomeración de público que afecta a la seguridad del tramo.
La crisis y la falta de presupuesto de los organizadores mutilan el kilometraje del tramo de La Morcuera. Ya no veremos la bajada a cuchillo desde lo alto del puerto hacia Miraflores de la Sierra. En eso también hemos perdido respecto a los rallyes de antes.
Lo que la noche anterior eran siluetas negras en las que había que adivinar quién las pilotaba, ahora se convierten en coches con número, marca, color, patrocinadores e identidad propia.
La noche ha sido fría y el asfalto mañanero está deslizante. Las curvas elegidas nos regalan todo un recital de trazadas al límite, sacrificando picos, mordiendo cunetas, buscando la décima en cada curva, en cada frenada, en cada rasante, en su pelea contra todos o contra sí mismos.
En un momento determinado cambian los sonidos y aparecen los participantes de la categoría “Grupo A Legend Rally”, esos coches que en otra época nos hicieron vibrar con su rugido. Alguien los ha mantenido en orden de batalla, los ha mimado, salvándoles de la corrosión y del olvido y, ahora, se han convertido en el eslabón que me lleva a sentir emociones que creía irrecuperables.
Algunos aún los conducen los mismos pilotos que ganaron campeonatos y marcaron “scratch” con ellos (el mejor tiempo en un tramo), pilotos y copilotos que, decima más o menos, los siguen llevando muy deprisa. Bajo el casco y el mono ignífugo se esconden las arrugas, pero en las manos y en la mirada sigue el mismo fuego de entonces.