El atasco interminable
Primera y parar…, primera, segunda y parar… una y otra vez, cientos de veces… para cruzar a eso de las 9:00 el puente sobre el río Tajo, con vistas al restaurante “La rana verde”. Si llegar a Aranjuez nos había llevado más de tres horas, bordear el recinto del Palacio del Real Sitio y alcanzar Ocaña fueron otras dos horitas largas. A eso del mediodía, todavía nos hallábamos parados en una recta bordeada de pinares, próxima al cruce con la carretera que llevaba a Cuenca.
Pero nosotros queríamos ir a Benidorm, como los demás, y por la razón que fuera allí seguíamos parados a las dos de la tarde, abiertas las fiambreras sobre el capot y con los niños y mayores dando buena cuenta de su contenido: jugosas tortillas de jamón, filetes empanados y deliciosas croquetas.
Aquel “picnic” multitudinario acabó en algún momento en que la serpiente motorizada decidió estirarse como lo haría una boa gigantesca después de engullirse un hipopótamo. El infinito “via crucis” fue consumiendo sus estaciones, la travesía de Albacete nos permitió disfrutar de una merienda en un bar grandísimo, de la que únicamente recuerdo el peor pincho de tortilla de mi vida (jamás paré de nuevo en aquel lugar).
El alto de Contreras, punto de inflexión del camino hacia el mar lo coronamos anocheciendo y por fin, a las diez y media de la noche, los niños dormidos y los mayores disfrutando anticipadamente de la promesa de 10 días de descanso a la orilla del mar enfilábamos con nuestro Renault 8 TS la entrada de aquel Benidorm de incipientes rascacielos, meta de nuestras ilusiones de futuro y prosperidad.
En aquellas 17 horas de viaje habíamos reído, cantado, comido, sufrido el calor y la incomodidad, aliviado nuestra vejiga y otras cosas en campos de olivos infinitamente más higiénicos que los aseos de las gasolineras de CAMPSA y habíamos llegado sanos y salvos a nuestro destino.
¿Suerte, casualidad…? De todo un poco. No es fácil encontrar una estadística fiable de accidentes de carretera de aquella época, pero era muy raro, casi milagroso, no tropezar con algún suceso dramático colapsando la vía en cualquier desplazamiento señalado.
Obviando la crisis, hoy tenemos motivos sobrados para mirar con ilusión el calendario festivo y programar ese puente que nos permita recuperar el ánimo. Nuestros vehículos no se parecen en nada a los de aquella época. Se comportan de una forma inteligente y salvo imponderables del azar, nos traerán de regreso a nuestro quehacer habitual .
Disfrutad, ahora que tenéis mucha carretera y muchos carriles por delante.