El “efecto Coanda” entra en juego
Un perfil aerodinámico característico colocado con ángulo de incidencia 0 frente a una corriente de aire produce una sustentación apenas simbólica. Poquísimos gramos por nudo de viento relativo. La sustentación aerodinámica, positiva o negativa, según queramos elevar un avión o aplastar contra el suelo un monoplaza de Fórmula 1, se produce cuando el plano presenta un determinado ángulo de incidencia, y por supuesto si hay potencia suficiente para sostener la velocidad y evitar la entrada en pérdida. Una simple chapa metálica plana, muy poco elegante como “perfil” aerodinámico, es capaz de generar sustentación, siempre que la coloquemos con algún ángulo de incidencia frente a la corriente de aire. Es fácil de comprobar.
Decimos así adiós a Bernoulli, el señor de la peluca, y casi a Newton, el traidor que a punto estuvo a punto de desgraciar la segunda expedición del capitán Cook.
“Un poco de piedad con Bernoulli”, pide un insigne ingeniero aeronáutico, Gale Craig, en su magnífico “Stop Abusing Bernoulli”. ¿Qué nos queda, entonces? Quien nos queda es Henri Marie Coanda, un ingeniero rumano que describió a principios del siglo XX la tendencia de un fluido a adherirse a cualquier cuerpo que se desplaza a través de él. No por capricho, sino por la tendencia de las moléculas de ese fluido a ralentizar su ritmo por fricción al rozar con una superficie, en función de su viscosidad. No por capricho, precisamente, se lustra el brillo de los coches de carreras antes de ir a la parrilla de salida: por la mejor imagen de los patrocinadores, pero sobre todo para reducir cualquier carga negativa a costa del “efecto Coanda”.