El lado místico y humano de Ayrton Senna
Han pasado años suficientes desde aquello, y se han conocido y contado tantos detalles y aspectos de la personalidad del ídolo desaparecido que resulta difícil descubrir nada nuevo sobre él. Sin embargo, si nos adentramos en la búsqueda de algunos registros de su peripecia vital, nos encontraremos con un ser profundamente religioso, con una fe en su Dios y en sí mismo que traspasa en muchas ocasiones los límites del misticismo.
Ello le llevó a situarse en un plano en el que, aún sabiéndose mortal, se atrevió a bordear todas las fronteras del riesgo, confiándose a esa sensación de inmunidad que le situaba en ventaja para salir victorioso.
Una personalidad que le llevaba a disputar por todo y con todos aquellos que interferían en su trayectoria, capaz de poner en riesgo todo lo conseguido y su propio futuro deportivo en algunas ocasiones. La penúltima fue en el Gran Premio de Japón del 93, donde se enzarzó en una discusión y acabó golpeando al entonces debutante Eddie Irvine (Jaguar), con el que tuvo un incidente en carrera que el brasileño interpretó como una ofensa.
En el polo opuesto y en el mismo escenario japonés, un Ayrton Senna sencillo y encantador se prestó a colaborar en un programa de televisión, previo al Gran Premio, donde se parodia a sí mismo y compite en simpatía con un imitador de su personaje.
Dos temporadas sin buenos resultados deportivos no le impiden ser el piloto mejor pagado de la parrilla y, al mismo tiempo, percibir que en su país natal, Brasil, se está viviendo una crisis económica y social que lleva a millones de personas a la marginación.
Por ello, decide destinar una parte significativa de sus abundantes ingresos a mejorar las condiciones de vida de miles de niños brasileños, creando una fundación benéfica que gestionará su hermana Viviane.
Luces y sombras de un personaje que se aproximaba, sin saberlo, a su encuentro con el destino.