El Porsche Carrera rojo
Con el boleto premiado relativamente seguro en aquel banco, regresó al coche y, entonces, se le ocurrió una magnífica locura.
Hacía más de un mes había pasado por delante de un lujoso concesionario que exponía en su escaparate un precioso Porsche 911 Carrera, cuyo brillante color rojo y sus formas inconfundibles le trajeron recuerdos de un pasado diferente.
Cuando llegó a la tienda, a bordo de aquel veterano utilitario que usaba para hacer los recados, vio con alivio que el Porsche seguía en su sitio.
Era mediodía, el empleado tenía en la mano la cerradura de la cristalera y le miró raro. Vendedor al fin, su mirada experta e instinto le hicieron reparar en el Rolex que aquel señor mayor portaba en su muñeca y le preguntó amablemente qué deseaba, aunque mantenía en una mano la cerradura, en el antebrazo la americana y en la otra mano el teléfono móvil.
La respuesta fue escueta: “comprar ese Porsche”… Aquello eran palabras mayores. Al momento le invitó a pasar, apagó el móvil, se puso la chaqueta, dejó la cerradura sobre la mesa y encendió las luces que destacaban la silueta del vehículo.
Amable en extremo, empezó a desgranar para su inesperado comprador toda una serie de datos técnicos y características de aquel Porsche Carrera, de las cuales él apenas retuvo lo de sus 350 CV, el cambio automático “PDK” y una sopa de letras que no le decían gran cosa, “PASM”, “PDCC”, “PTV”… solamente que, pese a su potencia y prestaciones, era muy fácil de conducir. Pero eso él ya lo sabía.
También recordó el esfuerzo del vendedor por explicarle el valor de los múltiples extras. El coche lo había tenido unos meses un capullo caprichoso al que su negocio inmobiliario se le había venido abajo con estruendo.