En marcha
Con toda la lección aprendida se acciona el botón rojo y la mecánica de 8 cilindros y 4.3 litros cobra vida. Lo hace con un sonido que no por previsible resulta menos cautivador. Tan ronco y susurrante al ralentí como la voz de El Padrino y mas agudo que Mónica Naranjo en cuanto la aguja del cuentavueltas comienza a ascender. Un espectáculo ya en parado que conviene administrar, porque antes de que “cante” Mónica Naranjo, el agua y el aceite tienen que haber alcanzado la temperatura de funcionamiento, bajo riesgo contrario de que coja una “gripe” y la cosa cueste varios miles de euros.
Para ponernos en marcha, se pisa el freno, se acciona la leva derecha y el cambio inserta la 1ª. Al mismo tiempo se conecta por defecto la función automática del cambio, y aunque resulta suave y altera el modo de funcionamiento a deportivo si detecta ese tipo de conducción, la verdad es que siempre he pensado que conducir un Ferrari con el cambio en modo “auto” es un desperdicio. Toque al interruptor pertinente (situado en la consola central) y ya estamos en modo manual. Con los dos embragues ya no hay la disyuntiva: cambio rápido igual a brusco, cambio suave igual a lento. Ahora las dos cosas son compatibles y así sucede. Como es fácil de imaginar, en este coche es casi inevitable hacer muchos más cambios de los que toca, solo por darse el placer de escuchar un concierto de semejante nivel y en “primera línea de morro”.
Como anécdota, y solo me ha pasado conduciendo Ferraris, algunos conductores de los coches que paran a tu lado en los semáforos te piden que des un acelerón. Ciertamente la cosa puede quedar un poco macarra… pero suena tan bonito. Y además, como pasar desapercibido es imposible y todo el mundo te va mirando, ya de perdidos…