Entrando en pista
El Saab 900 2.0 Turbo gana velocidad con rapidez y su turbocompresor “silva” con descaro y resopla en cada cambio de marcha mientras salgo a fondo por el carril de aceleración. En pocos segundos ya he metido quinta, una marcha que no volveré a quitar hasta que entre a bóxes para un nuevo cambio de piloto.
El velocímetro pasa de 200, 210, 220… y subiendo.
La llegada a la primera curva a más de 200 km/h impresiona y me hace pensármelo. No me atrevo a seguir a fondo y levanto el pie unos metros antes de que el lado derecho del coche se apoye sobre el pronunciado peralte. Enfilo el carril superior (con el radio más abierto) y la primera duda queda resuelta, pues el Saab 900 se mete en la curva sin inmutarse, por donde le marco con la dirección.
La curva es larga, muy larga. Y obliga a mirar lejos, muy lejos, porque al final de la curva tenemos la sensación de que el muro viene contra nosotros si no estamos posicionados en la línea de trazada adecuada. Y posicionarse bien cuando ruedas a más de 200 km/h requiere anticipación para no cometer errores.
Con el paso de las vueltas sigo probando cosas, trazadas, sensaciones… pruebo a trazar por arriba y por abajo, percibiendo cómo la pronunciada inclinación de las curvas permite al coche entrar a fondo en cualquier circunstancia y en cualquier punto de la trazada. El acelerador está pisado ya a tope en todo momento y el efecto del peralte aplasta el cuerpo contra el asiento mientras los músculos del cuello trabajan sin descanso en cada curva, en sintonía con el esfuerzo que soportan los neumáticos y las suspensiones ante semejante apoyo.