La noche mágica del Col de Turini
¡Por fin había llegado el gran día! Hubo que madrugar mucho para vivir la noche del Turini y, bien temprano, nuestros dos autocares, subiendo por aquellos “lacets” (horquillas cerradas de 180º) sin que nadie se atreviera a cantar aquello de “para ser conductor de primera, acelera, acelera”. Ángel Luis Martínez Alcaraz, entonces redactor de la revista “Criterium” comenzó a invocar entre bromas la protección del Santo Padre de Roma y todo el mundo, “acongojao”, nos fuimos acercando a ese mágico lugar donde (aún no lo sabíamos) se iba a contemplar una noche grande para los pilotos y aficionados españoles.
En plena mañana, aquello era como la calle mayor del pueblo más animado, con gente paseando bajo un sol brillante y hablando en todos los idiomas. El bueno de Eloy Chaves, el “visor inquieto” que hacía las fotografías para la revista, retrataba todo lo que se movía, mientras los chicos de SEIS PENIQUES marcaban espacio para presenciar desde primerísima fila el gran espectáculo e instalaban, “por la cara”, las primeras pancartas publicitarias que se habían visto sobre la nieve del Turini: 6 PENIQUES, SEAT, FERODO y CIBIÉ (mi recuerdo para Carlos Martínez Peñacoba q.e.p.d.).
Faltaban varias horas para la primera pasada, pero la buena cocina del “Trois Vallée” (un hotel en el Col de Turini cargado de historia del rallye), su cálido ambiente alpino y un buen cognac francés eran sugestivo anticipo de lo que vendría después.
En la espera de la tarde, entre los juegos más practicados, el mejor de todos, sin duda, era jugar al “pim, pam, pum”, tirándoles bolas de nieve a todos los coches que pasaban, incluidos los gendarmes franceses, sin temor a que nos respondieran con pelotas de goma o de algo más duro, como ocurría “en otros sitios”.
En una muestra de simpático atrevimiento y saber estar por parte de unos y otros, hubo una chica del grupo que llegó a colocar una pegatina redonda del “PUB SEIS PENIQUES” en el quepis de un gendarme.
Si aquello era entretenido, más divertido todavía resultaban los comentarios que se escuchaban cuando la que pasaba era una rubia, sola o en compañía de otros. Y la anécdota la marcó un conductor que paró enfadado al ver que le caían miles de bolas de nieve sobre el autocar. Cuando se apeó, los miles de bolas que le estaban cayendo se convirtieron en millones y enfurecido tuvo que salir “quemando” gomas del lugar.