Primera victoria y Elly Beinhorn
Tras su participación con diversa suerte en los Grand Prix de Suiza (tercero), Italia (abandono) y España (quinto), Bernd Rosemeyer encara ya el final de la temporada de 1935 en el Grand Prix de Checoslovaquia (Velká cena Masarykova), disputado el 29 de septiembre en el circuito de Brno.
Tan solo ha transcurrido una semana desde la anterior prueba disputada en el circuito de Lasarte (GP de España) y al trazado checo no acuden ni las “Flechas de Plata” de Mercedes ni los Maserati de la Scuderia Subalpina.
Con una parrilla tan disminuida, en la que tienen que recurrir a las “voitturetes” (monoplazas de menor potencia) para completarla, la primera victoria conseguida por Bernd Rosemeyer en la competición automovilista no tuvo el relieve que él mismo hubiera deseado.
No obstante, ese día será uno de los más importantes de su corta existencia, pues conoció a la aviadora alemana Elly Beinhorn, una heroína popular que, a partir de ese encuentro, sería el amor de su vida.
Elly Beinhorn, nacida en Hannover el 30 de Mayo de 1907, ya es en ese momento de 1935 todo un símbolo de lo que el espíritu pionero y el deseo de volar alto está empujando a muchos jóvenes alemanes a embarcarse en todo tipo de aventuras.
En todos los casos, un componente de riesgo que también está presente en la competición aérea y automovilista por lo que el encuentro de dos personalidades como las de Elly Beinhorn y Bernd Rosemeyer tendrá un efecto sobre esa juventud alemana que se medirá en términos de admiración y emulación, que la nueva jerarquía nazi intentará canalizar en beneficio del régimen.
Elly ha conocido la gloria acometiendo vuelos espectaculares bordeando mares y continentes en tiempo récord. Y también consigue sobrevivir a un aterrizaje forzoso en algún lugar del desierto gracias a su buena estrella.
Invitada por el equipo Auto Union a presenciar el GP Masarykova de Brno, Elly Beinhorn será la encargada de entregar los laureles al vencedor y, ya en ese momento, nace una atracción mutua, que les lleva a celebrar la victoria bailando el uno junto al otro, sin importarles el resto del mundo.