Una victoria no te hace número uno
Cualquier piloto, capaz de firmar una victoria y mostrar las prestaciones necesarias para levantan de sus asientos a los “tifosi” italianos, debería considerarse “número uno” cuando el teórico jefe de filas abandonase el equipo. Pero esto no ocurrió en Ferrari, cuando Carlos Reutemann se marchó de la escudería del “Cavallino” para fichar con el equipo Lotus.
Al comenzar la temporada de 1979, el asiento que había dejado vacío el piloto argentino, en vez de ocuparlo Gilles Villeneuve, sería adjudicado a Jody Scheckter, que pasaría a ser considerado como cabeza del equipo Ferrari.
El piloto sudafricano había saldado la temporada anterior con diez “ceros” en 16 carreras (7 de ellos por abandono), pilotando para Walter Wolf Racing, un equipo que comenzaba el ocaso de una gran aventura.
Podría, entonces, parecer una incongruencia o un capricho del viejo Enzo. Sin embargo, “il comendatore”, hombre de férrea memoria, recordaba muy bien que, dos temporadas antes (1977), Jody Scheckter había sido el más duro opositor al triunfo de Niki Lauda y le había acompañado en muchos de los podios.
Aquel año, a pesar de sufrir hasta siete abandonos a lo largo de la temporada, Scheckter había conseguido también tres victorias, dos segundos puestos y cuatro terceras plazas al volante de un Wolf-Ford WR1, proclamándose así subcampeón por detrás del Ferrari 312 T2 de Niki Lauda.
Para ello, Jody Scheckter había dispuesto de un bólido diseñado por el ingeniero Harvey Postlethwaite para la nueva escudería Walter Wolf Racing, un equipo que había sido recibido por el mundillo de la Fórmula 1 como el capricho de un rico hombre de negocios canadiense (Walter Wolf), pero se ganó el respeto que merece la obra bien hecha desde la primera prueba (venciendo en su carrera de debut, el GP de Argentina 1977).
Así pues, cuando era fichado por Enzo Ferrari, Jody Scheckter contaba ya con siete victorias en la máxima categoría (cuatro con Tyrrell y tres con Wolf) y su llegada a Maranello no resultó traumática para Gilles Villeneuve.
Pronto se estableció una corriente de simpatía entre los nuevos compañeros, algo difícil de entender actualmente pero perfectamente posible cuando se analiza la personalidad jovial del canadiense.
En aquel momento, las metas de Villeneuve todavía estaban enfocadas en alcanzar los límites del coche, pilotando para sí mismo y contra sí mismo. Quizás por ello, cuando el monoplaza no había respondido a sus requerimientos, había superado las dificultades disfrutando en la doma.