Los peligros del “TOM-TORRÓN”
Hace pocos días, leía una noticia en el periódico que no podía resultar más surrealista. Sabine Moreau, una belga de 67 años, había recorrido con su coche más de 1.300 kilómetros por error, siguiendo las indicaciones de un navegador electrónico.
Lo que, en principio, debía ser un trayecto de poco más de 70 kilómetros para recoger a un familiar en la estación de Midi (Bruselas), se convirtió en una travesía interminable por cinco países (Bélgica, Alemania, Austria, Eslovenia y Croacia). “No fui consciente de que iba en otra dirección hasta que llegué a Zagreb. Sé que resulta extraño, pero yo estaba despistada y continué mi camino siguiendo las indicaciones del Tom Tom” confiesa la buena señora con sonrisa avergonzada.
Lo que le ha ocurrido a Sabine Moreau es un caso extremo, un cúmulo de circunstancias y echarle la culpa al navegador no sería del todo justo. Es cierto que los navegadores hay veces que “naufragan” en sus indicaciones, pero también hay que reconocer que nos ayudan a encontrar el sitio buscado en “casi” todos los casos. Y ahí es donde está el “quid” de la cuestión.
Nos fiamos tanto de las indicaciones ofrecidas por el navegador que podemos llegar a hacer cualquier cosa que nos diga, incluso a dar la vuelta al mundo antes de llegar a nuestro destino.
No hace tanto tiempo (una década), antes de meternos en carretera, el conductor planificaba en mayor medida su viaje, miraba en el mapa la ruta a seguir y se “aprendía” las ciudades o los pueblos por donde iba a pasar hasta finalizar el trayecto. Ahora, metemos los datos en el navegador y que él haga el trabajo por nosotros. Y claro, a veces pasan estas cosas.
Me contaban hace poco la “jartá” a reír que se pegan en la gasolinera del pueblo de Andorra (Teruel) cada vez que entra un coche con la baca llena de esquíes y el conductor les pregunta por dónde queda la estación de esquí. Que después de hacer 350 kilómetros (saliendo desde Madrid) te digan que el Principado de Andorra te queda todavía a otros 300 kilómetros más te debe dejar una cara de poema para enmarcar y las ganas de pisar el navegador deben ser irresistibles (básicamente es una selección errónea de destino por parte del conductor, no un problema del navegador).
Lo cierto es que, hoy en día, hay gente que pone el navegador hasta para ir a por el pan. Pero el problema no es usar el navegador, el problema es que realmente dependen del navegador para ir a cualquier parte, ignorantes absolutos del camino a seguir desde que salen de casa.
Es el legado que nos deja el progreso, con muchas ventajas y también algunos inconvenientes. Uno corre el peligro de convertirse en un auténtico “TOM-TORRÓN”.