Fórmula 1 al borde del abismo o de la esperanza
A breves días del reinicio de la temporada 2014, tras el parón veraniego, es inevitable reflexionar sobre la tormenta que de forma soterrada se ha ido formando en torno a la realidad de la Fórmula 1.
En el vórtice de esa perturbación, un nombre, Bernie Ecclestone, contradictorio, taimado… acaba de “enterrar” a la Justicia con un montón de dinero, apenas una propina de lo que se considera el valor de su fortuna. Con ello, vuelve a tener las manos “limpias” y libres para continuar con lo que ahora es moda, su particular “Juego de Tronos” en el que, según lo que convenga, actuará de víctima o de verdugo, para terminar ganando siempre.
Esa disposición patológica a manipular, para dominar la partida, le ha llevado, al olor de chamusquina, a declararse rebelde y contrario a mantener la fisonomía de una Fórmula 1 tan atípica y contradictoria como la actual, algo a lo que él nunca pudo ser ajeno.
Una Fórmula 1 para gestores, más que para “purasangres”, en la que algunos de sus equipos menos poderosos han visto rebasadas sus prestaciones por la velocidad de los bólidos de GP2.
La alarma viene sonando desde hace algún tiempo, pero ahora se percibe alto y claro, que la Fórmula 1 cambia radicalmente o se despeña por el precipicio de la indiferencia.
Para sacarla del punto al que la había llevado el dominio aplastante del equipo Red Bull en las temporadas anteriores, se desencadenó una “tormenta de ideas” en la que, durante el tiempo de gestación, todos echaron su cuarto a espadas y sus redes por ver lo que pescaban.
Ahí estuvieron todos: los equipos, la FIA y el guardián del centeno, el inevitable Bernie, pero quizá faltaron los más importantes, los espectadores.
Tras el aburrimiento de 2013, en donde Sebastian Vettel (Red Bull) solamente hubo de preocuparse de llevar a meta el prodigioso misil diseñado por Adrian Newey, las semanas previas a la pretemporada 2014 estuvieron salpicadas de expectativas, promesas y certidumbres, que fueron barridas de un solo soplo por el sordo mugido de las “unidades de potencia” de Mercedes, los únicos que llegaron con los deberes bien hechos.
Los ensayos que concluyeron en Bahrein nos anunciaban que pasábamos de una dictadura a otra y las dictaduras son, siempre, aburridas.
Van disputados 11 Grandes Premios y 6 de ellos han quedado marcados con el lápiz rojo del aburrimiento: Australia, Malasia, China, España, Mónaco y Austria. Seis jornadas en las que un manto de polvo se ha ido asentando sobre un número creciente de plazas vacías en los circuitos y ante el televisor.
Si en algún momento llegó a parecer natural ver las gradas despobladas en lugares desérticos sin tradición, la alarma ha debido de sonar estridente cuando un circuito tan cargado de historia como el viejo Hockenheim ha sufrido parecido castigo.
Sin embargo, casualidad o no, algo estaba cambiando. Al dominio plomizo de las “Flechas de plata” le había nacido una alternativa y en la 7ª prueba del Mundial, en el GP de Canadá, la sonrisa en la batalla de un valiente Daniel Ricciardo (Red Bull) anunciaba, con su victoria, que aún hay esperanza.
Pese a que la siguiente carrera, el GP de Austria, resultara otra demostración de poder de Mercedes, algún “click” muy potente ha debido sonar en el centro neurálgico del “gran circo” para cambiarle el semblante a la competición.
Tras el primer triunfo del “aussie” en Montreal, la línea de meta de los Grandes Premios de Gran Bretaña y Alemania volvieron a ser dominio de la escuadra alemana, con Nico Rosberg (Mercedes) y Lewis Hamilton (Mercedes) imparables en su disputa del título.
Pero, ha bastado algo tan sutil como el cambio que se ha producido en los comisarios de la FIA al valorar los lances de carrera y las actuaciones del “Safety car” para que algo importante haya empezado a cambiar.
A ello se une la disposición declarada de varios de los pilotos (entre ellos Fernando Alonso) a divertirse, como única alternativa frente al aplastamiento, compitiendo ferozmente para disputarse los puntos y escalones de podium que van dejando sin ocupar las “Flechas de plata”.
Y en esto llegó el GP de Hungría. El hecho de que Nico Rosberg (Mercedes) encabezara la parrilla y su rival/compañero, Lewis Hamilton (Mercedes), partiera desde el “pit lane”, tras su aparatoso incendio en la “qualy”, ya eran motivo bastante de expectación. En Mercedes se asoma la posibilidad de vivir enfrentamientos que recuerdan los de otros tiempos de la Fórmula 1.
Niki Lauda, antiguo protagonista de alguno de ellos, soltaba recientemente su verbo para calificar de “mierda” el Ferrari F14 T del equipo de Maranello. Pero algo puede estar cambiando en Ferrari o quizá sea tan solo la determinación de Alonso de no rendirse, ni abandonar la esperanza de que volverán los días de gloria.
La consecuencia fue una batalla épica, en la que el segundo puesto del asturiano, tras Daniel Ricciardo (Red Bull), es un fantástico resultado, muestra de la asombrosa capacidad de adaptación a las circunstancias que demuestra siempre el piloto franquicia de Ferrari, aún conduciendo una “mierda”.
Termina el ardiente “Ferragosto” anual, en el que el Gran Circo recupera el aliento para entrar en la fase decisiva del campeonato, y quedan todavía muchas interrogantes por resolver, por mucho que la única incógnita sobre el resultado final se limite al duelo particular entre Nico Rosberg y Lewis Hamilton.
No cabe duda de que la Fórmula 1 está herida y quizá nunca sepamos el cómo y el por qué sobre las secretas intenciones de quienes tomaron decisiones que le robaron buena parte de su mejor ADN. Aún así, es un juego en el que se confunden bellacos y caballeros, un juego apasionante en donde la próxima partida dará comienzo en Spa-Francorchamps.
Ahí estaremos, con el abismo y la esperanza como únicas alternativas.