La gasolinera como síntoma

Como siempre que viajo sin la premura del reloj, no me levanté ni pronto ni tarde. Organicé los bártulos, siempre más numerosos que mis brazos y piernas juntos, para colocarlos ordenadamente en el maletero. Me despedí. Delante tenía 540 kilómetros.

Pero antes tenía que repostar.

La noche anterior decidí, a última hora, dejar el coche en reserva y repostar al salir, por aquello de si me robaban el coche. Aunque prefiero salir con el depósito lleno y no perder esos 7 ó 12 minutos. Maniático que es uno, ya van dos veces que me roban en menos de un año y no tengo ganas de regalar la escapatoria (o 70 euros) a los amigos de lo ajeno. Resabiado que está uno, en un viaje de más de 500 kilómetros soy capaz de calcular con un margen de menos de 5 minutos la hora de llegada. Y me molesta fallar.

Pero me fui a repostar.

 Cuando uno sale a la carretera casi siempre encuentra algo interesante. Sin ir más lejos, en este viaje…

Sábado por la mañana, la gasolinera donde lleno toda la vida cuando estoy en Barcelona. El otro día me cabreé bastante, pero hoy… hoy respiro hondo y me intento poner en su lugar. Me explico: Mi intención era llenar el depósito hasta arriba, odio tener que parar para repostar, cuando viajo libre me apetece parar cuando a mi me de la gana, no cuando me pida el coche. 540 kilómetros necesitan un llenado hasta el borde para llegar con suficiente caldo y parar cuando yo quiera, no cuando me pida el auto.

Pero el resultado fue el mismo. Distinta cajera, idéntico resultado: me dijo que no, que pasara por caja. En el surtidor, un cartel que rezaba “pase primero por caja antes de repostar”. Normalmente les convenzo del porqué (no se cuánto me va a ocupar el llenado), pero hoy tampoco hay manera. Nunca paso lo suficiente por este sitio para adquirir confianza con nadie. Los turnos hacen que casi nunca coincidamos los mismos. Me voy hacia la caseta automáticamente. Desde la puerta:

–        Es que lo quiero llenar a tope, ¿podrías abrirme el surtidor?

–        Lo siento pero no.

(silencio incómodo).

–        Déjame el DNI y te lo abro. Lo siento.

Inútil discutir, me acerco a ella, respiro hondo. Me jode muchísimo que me traten como a un presunto delincuente, pero hoy voy a intentar empatizar:

–        ¿Pero es que tanta gente se va sin pagar?

–        Ni te imaginas. Y nos toca pagarlo a nosotras. Y cobro mucho menos de 1000 euros.

La gasolinera está regentada las 24 horas por mujeres latinoamericanas. Están solas, la gasolinera es grande, y ante cualquier mamarracho con ganas de bronca tienen todas las de perder, por más que estén a 2 minutos o menos de muchas comisarías. En 2 minutos un mamarracho puede hacer muchas mamarrachadas, además de salir arreando.

Tres frases, suficientes como para que se me quiten las ganas de protestar y ponerme en su lugar. Le dejo mi DNI, y me voy al coche. Por el camino, y mientra reposto pienso qué haría yo ante una situación así.

No en la situación de la cajera, en la situación del que se va sin pagar.

Hay dos opciones, pienso:

1-     Si yo no tuviera dinero para llenar el depósito, ni se me ocurriría sacar el coche. Me buscaría otros medios de transporte alternativos, o es más, ni me movería en transporte alguno más allá del que la naturaleza me ha dado.

2-     Si yo puedo pagar la gasolina, y me voy sin pagar, entonces es que soy un sinvergüenza que me aprovecho de las circunstancias: gasolinera vacía, mujer (u hombre) solitario, pocas posibilidades de ser pillado y/o castigado, por más que tengan mi matrícula. Y siempre podré alegar que se me olvidó.

2 bis:  Esto antes no pasaba. El sitio estaba lleno casi siempre, y uno podía repostar alegremente hasta en la línea 12.

Hoy el establecimiento estaba, con los muchísimos surtidores de siempre, vacío*. El negocio, tradicional, parecía en franca decadencia. El empleado, solito comiéndose marrones y con un salario de mierda que a duras penas si le da para ir tirando. De los pocos clientes que van, algunos deciden robar.

La extrapolación a cosas más grandes y actuales fue inmediata. Puse música corriendo para dejar de pensar. Y de penar. Entré a la autopista con un desagradable escalofrío y 540 kilómetros por delante.

Niebla perezosa, a lo lejos. 

* Los de la DGT han aprendido a ponerse muchas medallas por cualquier cosa, algunas de ellas, en tal jolgorio y agitación, inmerecidas. No hay muchos estudios serios sobre cuánto ha descendido el tráfico en los últimos dos años, y más que va a descender, pero lo cierto es que las carreteras se despueblan a alta velocidad mientras la gasolina y la represión juegan a ver quién sube más. Dato de hoy: La gasolina ha subido 50 céntimos en los últimos 3 años.