Y volvieron a ser niños por Navidad
Llevaba casi un mes pensando escribir para Autolimite.com una reflexión sobre la despedida de Fernando Alonso de la Fórmula 1 y no hacía más que surgir una nueva canción triste en cada intento.
No va a ser así. Bastante habrá llorado Fernando para sus adentros en estos cuatro años de cruel expiación, antes de tomar la decisión de salir de la especialidad reina del deporte del automóvil (sabiendo que no hay regreso posible).
Ese lugar de privilegio en el que llegó a ser indiscutible, pero un lugar sin alma, donde en algún momento se torció su rumbo, dando pie a que los miserables de turno cuestionaran su calidad.
Se hubo de marchar sabiendo que era uno de los mejores de todos los tiempos. De no ser así, nadie de los que conocen realmente el valor y el coste de las cosas en la Fórmula1 le hubiera pagado semejantes fortunas, convirtiéndole año tras año, hasta el último momento, en uno de los pilotos mejor pagados de la competición.
Nadie tira de forma consciente su dinero a la basura y a ningún piloto le amarga una generosa nómina, pero a un verdadero campeón no se le compra solo con dinero, esperando el milagro que no se va a dar.
Quedan ahora otras jóvenes promesas como Max Verstappen o Charles Leclerc, que intentarán destronar a Lewis Hamilton, de la misma forma que Fernando Alonso consiguió vencer al indiscutible Michael Schumacher, mostrándole el camino de la retirada.
Alonso necesitaba volver a sentir el latido de la victoria, esa sensación que eleva las pulsaciones y resucita el niño que lleva dentro todo aquel que ha competido y ganado.
Es cierto que salir de la Fórmula 1 es bajar escalones, pero triunfar en las 24 Horas de Le Mans es volver a subirlos casi todos. Además, disponer de su tiempo para echarse una pachanga entre amigos en el “Karting Ángel Burgueño” de Pedrezuela (Madrid) es volver al origen, a ese tiempo mágico de la infancia cuando todo es futuro.
Veo en “Facebook” las fotos de un momento memorable para el circuito de los hermanos Burgueño, un lugar donde yo mismo he sido niño y he disfrutado a tope, disputando contra mis hijos pachangas parecidas en aquel pequeñísimo trazado que ya existía en los años 90 y en el que he sufrido, incluso, alguna fisura en mis costillas en el fragor de la “batalla”.
Me cuentan ahora que el lugar se ha convertido en un verdadero circuito y lo confirma la cara de niños felices que observo en los rostros de esos cuatro afortunados, Ángel y Josué Burgueño, Miguel Ángel de Castro y Fernando Alonso, felices al final de la lucha, dispuestos a devorar con el hambre de los guerreros alguno de los mágicos platos del asador que creó hace muchos años el gran Ángel Burgueño padre.
Si además de divertirse y tomar un asado suculento saliera de allí algún acuerdo de colaboración para promocionar futuros pilotos, este relato se habría convertido en un bonito sueño de Navidad.
Lo sería para todos aquellos que, habiendo competido, no importa en qué categoría (la victoria tiene siempre el mismo sabor), volveríamos a sentirnos como niños felices calándonos el casco, para revivir alguna de nuestras pachangas del pasado.
Y, si el cuento de Navidad se convirtiera en un verdadero regalo de Reyes, sería aún mejor para futuras generaciones de niños que, siguiendo los pasos de sus ídolos, soñarían con vivir un futuro de triunfos, ruido y furia en los trazados del ancho mundo.
No sé cuánto de sueño y cuánto de realidad futura pueda haber en este cuento pero, sea cual sea, lo aprovecho para desearos a todos ¡¡FELIZ NAVIDAD Y FELIZ AÑO NUEVO!!
El Abuelete del M3