Flechas de Plata bajo el cielo gris de Shanghai
Nico Rosberg en lo más alto del podio, Button y Hamilton unidos los tres por un denominador común en forma de estrella de tres picos y el corazón de Norbert Haug queriéndose salir de su pecho mientras suenan las notas graves del “Deutschland über alles”.
Es una escena de triunfo, teñida de plata bajo el cielo gris de Shanghai. Pero la mente de Norbert Haug, gran patrón del renacido equipo Mercedes de este siglo XXI, parecía estar en otro día, en otro lugar, en otra época.
Un día de 1955, también gris, como son los días de otoño en Stuttgart. Alfred Neubauer, patrón del equipo Mercedes, y Juan M. Fangio, el último piloto en ganar un campeonato de Fórmula 1 para la marca, cubrían con lonas las últimas “Flechas de Plata”. Triste manera de celebrar dos temporadas de triunfos, impuesta por el deseo de hacer olvidar la tragedia de las “24 Horas de Le Mans de 1955”, en donde una flecha plateada con la estrella de Mercedes había arrasado a sangre y fuego su tribuna y muchas vidas.
Se cerró aquel día un capítulo de una historia que había comenzado en los años 30 cuando, para rebajar el peso excesivo de sus bólidos, recurrieron a quitarles la pintura dejando al aire su armadura de aluminio convertida en plata.
Desde entonces, sin participación directa con su nombre, los aficionados y los medios habíamos cedido en franquicia el apelativo de “Flechas de Plata” a los bólidos de McLaren, cuyo corazón palpitaba ganando laureles con los motores alemanes.
Pero eso tendría que acabar algún día, Mercedes quería regresar. Más de 50 años de penitencia son demasiados para cualquier posible pecado y hace tres, la marca germana decidió volver a la palestra y empezó a recabar talento y experiencia donde lo había.
Ross Brawn es un genio de mirada huidiza, capaz de llegar hasta el límite de lo legal, que había arrasado la parrilla de 2009 jugando con la confianza del resto de los equipos (excepto Red Bull que no picó el anzuelo), a los que hizo llegar con cuentagotas las “sutilezas” de un nuevo reglamento . Es el precio de poner al zorro al cuidado del gallinero. Astucia es el juego.
El regreso de Michael Schumacher también despistó a todos los que creyeron que lo hacía solo por el dinero o la nostalgia de la gloria. Se equivocaban, alguien de AUTOLIMITE que sabe muchísimo más que yo de este negocio lo tuvo muy claro.
El “Káiser” era otro de los extremos de un poderoso arco, que se ha ido tensando en dos temporadas y que, ahora, apenas comenzada la tercera, ha lanzado otra auténtica “Flecha de Plata” hasta el corazón de la diana. Siempre nos quedará la duda de si la flecha de Schumacher habría conseguido diana doble de no andar por medio “el Tuercas” ese que no consiguió fijar bien la rueda al monoplaza en el primer cambio de neumáticos.
La carrera del GP de China ha empezado con Nico Rosberg firmando una “pole” que aventajaba en más de medio segundo a su compañero Michael Schumacher, heredero de la segunda plaza de la parrilla, después de que Hamilton se viera retrasado en cinco posiciones por la traición de su caja de cambios.
La jauría formada por Kobayashi, Raikkonen, Button, Weber, Hamilton, Pérez y Alonso les acechaban, enjaulados todos en el mismo segundo, confiando en la casi tradicional flojera demostrada por los Mercedes en las primeras vueltas de las dos carreras anteriores.
Si alguien, en algún rincón de Maranello o del box de Ferrari tenía alguna esperanza sobrenatural, habrá visto, desesperado, que bajo el cielo plomizo de China no han llorado los dioses de la lluvia y, en consecuencia, no hubo milagro. Alonso, con el arma oxidada, poco pudo hacer frente a “Flechas y Sables de Plata”. Dos horas de batalla, para llegar al final donde estuvo en el principio, descorazonan a cualquiera y se le nota.
Puede ser que, ahora, el milagro sea otro, el de ver a seis campeones del mundo disputando el honor y los puntos golpe a golpe, metro a metro. Con lo conseguido hasta hoy, Schumacher ya se ha ganado el derecho a subirse de nuevo al podio, quizás a lo más alto.
Un triunfo suyo sería darle un baño de oro de 24 quilates a todos los trofeos de su vitrina, alguno de ellos, pocos, conseguidos con demasiada facilidad, sin enemigos de su talla a la vista. La de millones de gorras y camisetas plateadas que nos pondríamos con su nombre en ellas.
Al final de las 56 vueltas bajo ese entoldado “gris polución” en que se ha convertido el cielo chino, un alemán con rostro de querubín y coraza de plata, Nico Rosberg, ha distanciado en más de 20 segundos al consistente Button y ha obtenido su primera victoria en un Gran Premio de Fórmula 1. Detrás, nueve leones enredados en 18 segundos, dándose zarpazos y rebañando puntos en esta tercera batalla de un campeonato que nos ha devuelto la sensación de estar viviendo algo que solo ocurría, mitad realidad, mitad leyenda, hace muchos años.