El año anterior habíamos asistido a uno de los duelos más dramáticos y enconados de la historia de la Fórmula 1. El desenlace del Gran Premio de Suzuka de 1990 convertía a Ayrton Senna en bicampeón, exactamente en el mismo lugar y parecidas circunstancias en que Alain Prost se proclamó campeón en 1989. La maniobra de Senna sobre Prost (tocándolo a final de recta) había llevado al circo de la Fórmula 1 a una situación de tensión máxima.
Así, James Hunt, campeón del mundo de F1 en 1976, acusaba a Prost de lloriquear como una mujer, mientras Jackie Stewart y Niki Lauda le echaban toda la culpa a Senna y criticaban como pantomima el acto que se había producido tras el Gran Premio de Italia, donde “los duelistas” habían envainado sus sables con un apretón de manos y un abrazo ante los medios, dándose un respiro ficticio en aquella espiral de odio y recelo.
En ese escenario, la nueva temporada 91 amenazaba con más de lo mismo, pero las fuerzas no resultaron tan igualadas y pronto se pudo comprobar que el nuevo Ferrari F-642 de Alain Prost había disminuido su eficacia frente a los McLaren de Ayrton Senna y Gerhard Berger, mientras en la pista aparecía el innovador Williams FW 14/14B, un monoplaza terriblemente veloz y eficaz, que en manos de Nigel Mansell y Riccardo Patrese habría de resultar el mayor rival del brasileño hasta finales de 1993.