Como he relatado en el capítulo anterior, mi afición por las carreras de coches había comenzado en mí a la temprana edad de 8 años, viendo aquel I Gran Premio de Madrid de Fórmula 2 de 1949. Yo había nacido en un barrio tan modesto que, la única posibilidad de “montar en coche” era que un coche te “pillara” y te subieran en él para llevarte a la “Casa de Socorro” de la época.
No había aún televisión y las escasas referencias al deporte del automóvil llegaban muy de cuando en cuando, por la prensa o por algún NO-DO en aquellos cines de sesión continua, relatando alguna hazaña del argentino Fangio, del español Marqués de Portago, o bien ensalzando lo que, para el prestigio de España, llegaron a representar en su tiempo aquellos increíbles Pegaso Z 102. Recientemente he tenido ocasión de volver a ver uno de aquellos maravillosos coches y creedme si os digo que, 60 años después, pasé un rato emocionado contemplando esa obra de arte salida del tablero de Wifredo Ricart, su creador en 1952.
En mi oficio de entonces pasaban por mis manos cientos de periódicos atrasados que, a toda velocidad, se convertían en cucuruchos de envolver en una tienda de barrio. Es algo que me permitía seleccionar aquellas páginas que me interesaban e iba guardando en el bolsillo superior de mi camisa de cuadros, para leerlas en el Metro y en el tranvía, camino de casa. Alguna ventaja debía tener empezar a trabajar a los 11 años.
No es que fuera como asistir a clase en la “universitaria”, pero algo ayudaba y, si no una gran cultura, al menos podía decir que me enteraba de casi todo lo que pasaba en el mundo y consentía la censura de la época. Al menos en el diario Marca, aunque no se prodigaban mucho, daban referencia de los triunfadores en los Grandes Premios. También informaban sobre las noticias trágicas, que sí tenían un amplio reflejo, como la espantosa tragedia de las ”24 horas de Le Mans de 1955” o la muerte de Alfonso Cabeza de Vaca, Marqués de Portago, disputando la Mille Miglia de 1957.
Otra cosa es lo que se pudiera leer de lo que pasaba en el terreno de la política a cualquier nivel. En el plano nacional, lo que sí os aseguro es que, de los discursos de la época, solo recuerdo permanentes referencias a un próspero futuro que nunca llegaba.
Así, casi sin darme cuenta, me encontré en 1965, casado, con una hija y sacándome el carnet de conducir junto al madrileño Paseo de la Virgen del Puerto. ¡Y lo conseguí a la primera! Sentí tanta alegría cuando, al final del examen, el examinador me dio el aprobado, que tiré una patada al aire y una de mis zapatillas salió volando, yendo a caer sobre el capot de otro “Seat 600” de los que se estaban examinando. Me podían haber suspendido por ello, pero no lo hicieron, debió ser que apreciaron mi dominio en las maniobras de “aparcar en rampa”.
Durante el tiempo que pasó hasta que ahorré lo suficiente para comprar mi primer coche, estuve “enamorado” sucesivamente de un Fiat “Balilla” de los años 40/50 (que se conservaba en un garaje), de un Renault 4-4 azul marino (precioso) y de un Citröen 2 CV, feo como él solo (pero el amor es ciego).
Por fin, a principios de 1967, con 55.000 pesetas de riguroso curso legal, conseguí un maravilloso Renault Dauphine “Gordini”, azul metalizado, de segunda mano, matrícula M-339159. Con él aprendí, en los pocos meses que lo disfruté, todas las nociones de mecánica y averías que conozco. También entendí porqué le llamaban el “coche de las viudas”. Aunque fui capaz de sobrevivir, el muy cabrón lo intentó varias veces.
Fue realmente emocionante quedarse sin corriente 500 metros antes de llegar a mi casa a enseñárselo a mi mujer y tener que pedirle ayuda, junto a su hermana, para empujarlo a lugar seguro. Más emocionante todavía, quedarme sin luces en plena carretera, una noche donde todo lo vi negro, negro… Y ya, el colmo del disfrute, comprobar la ”eficacia” de su frenada en plena calle Madrid de Getafe, una mañanita de mayo en que lo estrellé contra el autobús de la “Uralita” al saltarse su conductor (menudo HP), un STOP ¡¡así de grande!!
Aún así, guardo un grato recuerdo de aquel primer coche al que, al principio me acercaba temblando, pero en el que, una vez sentado al volante, al introducir la llave en el “Clausor” del arranque, me sentía verdaderamente realizado. Era eso lo que deseaba desde pequeño.
sábado, 25 febrero 2012 a las 14:17
Abuelete, eres mi debilidad, no se si sabes que con esto de la crisis del turismo en Egipto, he tenido que poner mi trirreme al punto para hacer cruceros por el Nilo y no veas como «disfruto» con los gordos y gordas que me quieren llevar en su «aifón» pensando que soy una colega de sus bailes de disfraces a algun@ le voy a meter el áspic por la raja de la túnica a ver si se enteran que yo soy la Faraona. Claro que si me confunden con Lola Flores aún puede ser peor.Menos mal que llega el sábado sabadete y recupero fuerzas leyendo tus fatiguitas . Me cuentas cosas que me recuerdan a mi padre porque él también pasó las suyas con un seiscientos. Oye, que si sigue en pie lo del arrocito y si seguís contando conmigo.Besetes para todo el equipo. Cleo.
domingo, 26 febrero 2012 a las 19:30
Naturalmente que sigue en pie el arrocito entre naranjos.No seas «venenosa»con tus turistas, l@s rellenit@s también tenemos derecho a presumir de «amistades de cine» en plena semana de los Oscars. Oye, te sugiero que instales una wiffi en tu trirreme, así entrarás fácilmente y a diario en autolimite.com.y no tendrás que esperar al sábado sabadete, que debes dedicarlo a «otras lecturas».Por lo que cuentas,tu padre y yo jugábamos en la misma división,no había otra, «seiscientos» contra»coche de las viudas»,¡¡qué tiempos!!Un abrazo y te espero pronto por aquí .El Abuelete.
martes, 6 marzo 2012 a las 22:18
jo, qué emoción llegar y leer todas estas anécdotas de comienzos apurados, preciosas y valiosas pesetas para pagarlos y sentir la añoranza que destilan tus palabras, Abuelete del M3, que de ese primer coche a este, anda que no ha llovido en tiempo, experiencias y categoría. Un besazo, y a seguir trabajando.
miércoles, 7 marzo 2012 a las 14:47
Emoción la mía, Melusina36,estos reencuentros después de tanto tiempo y en otro espacio son los que compensan.Espero que nos traigas a autolimite.com esa alegría de vivir que convertía tus entradas en MSN en un regalo y una invitación permanente al optimismo, aunque lo pusieras a veces en boca de tu vaca.Me alegro infinitamente de volver a coincidir y por mi parte, prometo seguir con mis relatos , que no son un trabajo, sino el reflejo del privilegio de estar vivo y contarlo.
jueves, 15 marzo 2012 a las 17:28
Qué envidia en general, y en particular por ese Gordini azul asesino. Qué envidia también, Abuelete, por esa panda de amigos irreductibles. Mi primer coche fue un Ferrari 250 LM rojo. Se le abrían las puertas y el capó trasero. Tenía hasta luces, así que mi hermano y yo cronometrábamos carreras nocturnas, metidos hasta las trancas en nuestro particular Le Mans. Lo malo es que giraba más a un lado que a otro, tenía los neumáticos muy duros (maldito subviraje…) y el motor se chupaba dos pilas de las gordas en un suspiro. No había entonces baterías recargables. La dirección por cable y muelle era una castaña, pero sabíamos que los Magos de Oriente habían hecho todo lo posible (a toro pasado supimos que a los verdaderos Magos el Ferrari les había jodido la cuesta de enero). Para conducir coches de verdad tuvimos que esperar muuuuchos años. Lo uno por lo otro: no nos tocó trabajar hasta los dieciséis. Gracias por esos relatos. Un saludo.
sábado, 17 marzo 2012 a las 22:55
Hola Uvedoce, pues yo conozco a otro que también estrenó su primer Ferrari rojo en los Reyes de 1969,con seis meses recién cumplidos.Poner en sus manos aquel mando a distancia por cable tuvo sus consecuencias,le tomó el gustillo y a pesar del subviraje e inconvenientes que tú relatas (debia ser una característica común de los Ferraris de aquella época), en cuanto ve un producto de Maranello, se vuelve loco y sale disparado a por el Euromillón…En cuanto a vivencias y amigos, es muy gratificante compartirlas.