Ahora que llega “oficialmente” el buen tiempo y algunos puentes importantes, acuden a mi memoria el recuerdo de aquellas auténticas batallas contra el tiempo y el espacio que hasta hace relativamente pocos años se estuvieron librando sobre el tortuoso trazado de nuestras carreteras.
Nuestra red vial se ha desarrollado de una forma razonablemente satisfactoria gracias a que nuestro país ha dispuesto de importantes fondos de cohesión europeos. Todos los destinos importantes han quedado unidos por una trama de vías con capacidad suficiente (sobrada en este tiempo de crisis) para hacer honor a su denominación de “rápidas”, si la Administración las administrara de forma inteligente.
Afortunadamente, ha quedado ya muy lejos el fragor de la «guerra sobre el asfalto». Y, los que tuvimos la suerte de poder sobrevivir aquella contienda, preferimos recordar el lado “bello” de nuestras batallitas y contarlas.
La instalación de varios fabricantes de automóviles y el desarrollo económico del país durante las décadas de los 60/70 provocó el desbordamiento de la capacidad de su incipiente red de carreteras. Creada a partir de los viejísimos caminos del siglo XIX, los nuevos trazados que la hicieron transitable durante la dictadura de Primo de Rivera, a finales de los años 20, habían resultado muy afectados por los daños de la Guerra Civil y apenas aliviada por el desarrollo del plan REDIA, que un ministro del franquismo, Federico Silva Muñoz, había programado a mediados de los años 60.
Salir de viaje por carretera, para disfrutar de nuestro nuevo estatus motorizado, se hacía harto difícil y peligroso en fechas señaladas, teniendo en cuenta que, de origen a destino, lo que se extendía ante nosotros era un solo carril en cada sentido y obras, muchas obras.
Yo las viví de todos los colores y en todas las direcciones, de norte a sur, de este a oeste, y estuve muy cerca de quedarme señalado con una cruz(*) en una cuneta extremeña una mañana de Septiembre de 1970, pero hoy no quiero hablar de eso. Hoy voy a contaros lo que nos ocurrió a mi familia y a mí, un día primero de agosto de ese mismo año, caminito de Benidorm.
(*) Algún Pere Navarro de la época tuvo la ocurrencia de señalizar el punto donde se producía algún accidente mortal con una señal muy explícita que decía ”Aquí 1 muerto” (o los que fueran). Lo que no aclaraba eran los verdaderos culpables, como ahora.