“Rush” es el título de la película que, en 2013, permitió una aproximación masiva de las jóvenes generaciones de aficionados a las figuras de Niki Lauda y James Hunt. Aquellos dos grandes pilotos de Fórmula 1 mantuvieron un duelo implacable en sus carreras paralelas, principalmente en la temporada de 1976, el año en el que Lauda vivió la experiencia más dramática de su vida profesional y James Hunt el cénit de su carrera, ganando su único título de campeón en unas circunstancias que la película “Rush”, estimable también como obra cinematográfica, refleja con fidelidad a la época y bastante respeto a la veracidad de los hechos.
Tras aquella contienda, ya hemos relatado que le siguió una temporada en la que, unos y otros, ajustaron algunas cuentas pendientes. Niki Lauda lo hizo consiguiendo para sí el segundo título de Fórmula 1 de su carrera y dejando en Ferrari, además del doble galardón de piloto y constructores, las cenizas de una relación que había terminado con el desdén del piloto austriaco, negándose, una vez amarrado el título, a participar en las dos pruebas americanas disputadas a finales de 1977.
El doble campeón fichaba para la temporada de 1978 con el equipo Brabham, cuyo propietario en ese momento era Bernie Ecclestone, un hábil hombre de negocios hecho a sí mismo, un antiguo vendedor de coches de segunda mano que había conseguido escalar peldaños hasta hacerse un hueco como representante de la FOCA (Asociación de Constructores de Fórmula 1).
Ecclestone estaba mucho mejor preparado para ese puesto que cualquiera de sus compañeros de partida, por lo que delegaron en él para obtener mayores ingresos publicitarios, algo que Bernie consiguió, sin olvidarse de reservar la parte del león para él mismo a la hora de repartir beneficios.
Es algo que muchos intuían, pero que aceptaban, incapaces de vislumbrar, ya entonces, las maniobras de Ecclestone, orientadas a conseguir el control absoluto dentro del circo de la Fórmula 1, algo que todavía perdura en este momento.
Con Niki Lauda y John Watson como pilotos, el equipo que había pertenecido a Jack Brabham se enfrentaba a la tarea de hacer competitivos sus monoplazas, dotados con motor Alfa Romeo 3.0 de 12 cilindros bóxer (horizontales opuestos).
Para ello contaban con Gordon Murray, un ingeniero sudafricano que se planteó igualar y superar las prestaciones del coche con el que Colin Chapman estaba arrasando en parrilla, aplicando el “efecto suelo” en su revolucionario Lotus-Ford 79.
Sin embargo, la estructura plana del propulsor Alfa Romeo le impedía a Murray mantener su diseño dentro de las medidas máximas admitidas por reglamento y entonces optó por una solución genial, revolucionaria y ligeramente tramposa.