Haber conseguido tres títulos mundiales de Fórmula 1 podría satisfacer la ambición de cualquier gran piloto que no fuera Ayrton Senna. Con la excepción de Juan Manuel Fangio, ganador de cinco entorchados, el brasileño ya había igualado con su triple corona a semidioses como Jack Brabham, Jackie Stewart, Niki Lauda, Nelson Piquet y, por supuesto, a su más enconado rival, Alain Prost.
Por añadido, el francés había sido descabalgado de manera un tanto humillante de su puesto en Ferrari al finalizar la temporada de 1991 y, mientras se sustanciaba la liquidación de su contrato, Prost había renunciado a participar en la nueva temporada 92, adoptando la labor de comentarista para medios franceses de prensa y televisión (“Auto Plus” y “Le Figaro” entre ellos).
Por otra afortunada carambola, su viejo enemigo de la FISA, Jean-Marie Balestre, había sido desplazado de la presidencia por el británico Max Mosley, hijo de un líder del partido Nazi en Gran Bretaña, antes de la II Guerra Mundial. La llegada de Mosley era aún una incógnita, pero no una amenaza latente para Ayrton Senna, siempre dispuesto a expresar su opinión sin medir demasiado las consecuencias.
Del nuevo mandamás cabía esperar más bien una actitud menos favorable hacia Prost, pues el francés le había ofendido con alguno de sus comentarios críticos en televisión, que consideraba podían desacreditar la imagen de la Fórmula 1.
Unos meses después, cuando se conoció el acuerdo de Alain Prost con Williams para la temporada de 1993, el propio Frank, patrón del equipo, recibió una carta de Moxley en la que éste le explicaba las múltiples razones por las que el Consejo Mundial podría negarle la súperlicencia a su nuevo pupilo.
Pese a ello, el astro brasileño tenía otros motivos suficientes de preocupación, en la medida en que su McLaren-Honda no evolucionaba lo suficiente y empezaba a rumorearse la disposición de la marca japonesa de abandonar el suministro de motores a la escudería de Woking. Aún así, dotaron al equipo con una nueva evolución de su propulsor V12 3.5 (Honda RA122-E) y el McLaren MP4/7 pareció revivir para su definitivo canto del cisne a partir del Gran Premio de Mónaco de 1992.